La amistad, el vino y el amor, mejora con los años.




Como el sabor de un buen vino según el tiempo que se mantiene conservado, así será el sabor único, fino, delicado, inigualable y exquisito; jamás como ninguno, pero tan buenos como otros, según su cosecha. Así es el amor y la amistad en la época de catar ambas, es un hecho, entre las maravillas, valores o dones del sabor de algo especial, que fue realizado con esmero, así nos recuerda cada instancia en la que, el ser humano cuenta con la amistad y el amor. Fuimos diseñados para ser amigos, tener amigos, para dar y recibir, para amar y ser amados; ante esto, necesitamos saber cómo mantener ambas filosofías, que se ajusten con los valores de la vida, que trascienden en un mundo lleno de egoísmo, donde nos libre de heridas, males, sin perder su esencia, sabor y composición.

Existen muchos tipos de amistades, pero si has llegado a experimentar estos dos tipos, podría decirte que llevas contigo una increíble reserva de buen vino. Hablo de la casual y la profunda. La amistad casual es aquella que formaste por alguna impresión social, tal vez por trabajo, eventos sociales o con conocidos (amigos de tus amigos), éstas vienen con necesidades egoístas, que generalmente solo te cruzas con ellas cinco o menos veces al mes, pero no necesitas conocer sus necesidades, porque solo se ajustan a tu estilo de vida, cuando vuelven a verte, es como que reinicien un botón contigo, nunca eres la misma persona de la semana anterior, incluso si son amistades de aventuras o salidas en grupo.

Pero está esta otra, a la que llamo, “ángeles con capa y espada”, la amistad profunda, por su parte, éstas personas implican un acercamiento especial, cimentada con bases firmes llamada “años”, vencedoras de todo y por todo, éstas han sido las uvas que se han colocado en la prensa y luego han sido estrujadas para extraer así su mosto, traducidos en enojos de días, rabietas de meses, locuras y hasta cierto punto te alcahuetean tus malos ratos en el buen sentido de la palabra, en ésta amistad se ha sembrado para cultivar amor e integridad, compromiso y responsabilidad, pensando en el bienestar del otro más que en el propio, esos que te defienden a capa y espada, ponen su propia verdad, doblegándose a tus mentiras con tal de salvar tus argumentos, para verte triunfar; esas que te impulsan cuando te ven caída, en el suelo y tratan de levantarte con palabras ásperas y llenas de miel por que las necesitas.

Por supuesto que éste tipo de relación se forma con los benditos años, esto demanda de nosotros trabajo, pues como una excelente receta en elaboración del vino, se añade levadura para que el azúcar del mosto se convierta en alcohol, que viene a ser el producto final y a este proceso se le llama fermentación, pues es lo mismo que en la amistad, mucha paciencia, dominio propio para no expresar sentimientos momentáneos y negativos que dañan, pero como el tiempo es el mejor testigo de este proceso, se conoce tan bien a la persona, que ya no necesitas cambiar ciertos modismos, sino que aceptas el hecho de que siempre será o serán diferentes a ti, pero están ahí siendo incondicionales en tu vida.

El amor, pues el amor es un verdadero honor compararlo con el vino, sabes que es bueno cuando se pone mejor con el tiempo. Eurípides decía, “donde no hay vino no puede haber amor”. El vino que compartimos en una mesa para dos, muchas veces se convierte en nuestro preferido, no por el gusto del vino sino, por el de los labios que lo acompañan. San Valentín es la gran excusa para celebrar el amor por el vino con nuestro amado o amada. Es verdad que muchas de las botellas que se abren corresponden a este romanticismo del amor, claro que se disfruta cuando un ritual romántico y cursi suele acompañarse de un sabor a uva fermentada.

Se dice que del mosto fermentado, bebido con desmesura, lleva a cometer actos  puramente pasionales fuera del amor, aunque suele ser su contraparte. Eso mismo nos lleva a pensar, para que surja erotismo, deseo, puede quizá estar acompañado de la embriaguez, pero a quienes somos románticas, solemos pensar que, el sentir la delicadeza de la poesía, en la sobriedad del vino y del ser amado, está implicado el placer de beber y de amar; de disfrutar no solo la velada sino de la mística, la música, un instante, un lugar romántico, amantes de la buena mesa, más que un ritual de romance, es para mí la tradición para llegar a la divinidad, perpetuando la imagen del vino como potenciador del amor.

Ya nos advirtió Eduardo Galeano: “todos somos mortales, hasta el primer beso y la segunda copa de vino”.

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